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Edgardo Poe

porque era intolerable la miseria en que me hallaba.

En esta disposición de ánimo, deseando vivir aún, aunque la existencia me aburria, el folleto que lei en la tienda del librero y la oportuna revelación de mi primo de Nantes, despertaron en mi el deseo de apelar á un nuevo recurso y tomé un partido decisivo.

Resolvi marchar, pero vivir; abandonar el mundo, sin renunciar á la existencia; y en una palabra, suprimiendo los enigmas, determiné abrirme paso hasta la luna, sin cuidarme de todo lo demás.

Y ahora, para que no se me crea más loco de lo que soy, voy á exponer detalladamente, lo mejor que me sea posible, las consideraciones que me indujeron á creer que una empresa de este género, aunque dificil y llena de peligros, no estaba del todo fuera de los limites de lo posible para un espiritu audaz.

La primera cosa que se debía tener en cuenta era la distancia positiva de la luna á la tierra. Esta distancia media ó aproximativa, entre los centros de ambos planetas, es cincuenta y nueve veces, más una fracción, el radio ecuatorial de la tierra, ó sean unas,000 millas. Digo la distancia media ó aproximativa porque es fácil comprender que la forma de la órbita lunar, siendo una elipse de una excentricidad que no baja de o'05484 de su semi—eje mayor, y ocupando el centro de la tierra el foco de esa elipse, si conseguía de un modo u otro encontrar la luna en su perigeo, la distancia indicada disminuiria sensiblemente. No obstante, dejando á un lado esta hipótesis, era positivo que en todo caso debía deducir de las 237,000 millas el radio de la tierra, ó sea 4,000, y el de la luna que son 1,080, ó un total de 5.080; de modo que sólo debería franquear una distancia aproximativa de 231,920 millas. Pensé que este espacio no era verdaderamente extraordinario, pues repetidas veces se han hecho en tierra viajes de una celeridad de 60 millas por hora, y