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XXIII
Su vida y sus obras

riñoso para mi, para su pobre madre desconsolada...»

Aquella mujer me parece muy superior y mas que antigua en el momento de sufrir una pérdida irreparable, sólo piensa en la reputación de aquel que lo era todo para ella, y no le basta que se diga que era un genio; es preciso que se sepa que cumplía con sus deberes y era cariñoso. Evidentemente, aquella madre, antorcha y hogar iluminado por el rayo de luz más esplendoroso del cielo, ha debido servir de ejemplo á nuestras razas demasiado indiferentes á la abnegación y al heroismo, y á todo cuanto es más que un deber. ¿No era justo inscribir en las obras del poeta el nombre de aquella que fué el sol moral de su vida? Ensalzará en su gloria el nombre de la mujer cuya ternura sabía cicatrizar sus llagas, y cuya imagen fluctuará incesantemente sobre el martirologio de la literatura.

III

La vida de Poe, sus costumbres, sus modales, su sér físico, todo cuanto constituye el conjunto de su persona, se nos presenta con cierto aspecto tenebroso y brillante á la vez. Era un hombre singular, seductor, y asi como sus obras, distinguíase por un indefinible sello de melancolía. Por lo demás, estaba muy bien dotado bajo todos conceptos: cuando joven, manifestó una rara aptitud para todos los ejercicios físicos, y aunque pequeño, con pies y manos de mujer, y en toda su persona cierto carácter de delicadeza femenina, era más que robusto, con una fuerza maravillosa. En su juventud ganó como nadador una apuesta que traspasaba los límites ordinarios de lo posible. Diriase que la Naturaleza comunica á todos aquellos á quienes