mal, que hace casi imposible el escape de gas; pero esto me pareció demasiado costoso, y por otra parte era muy posible que la batista revestida de cautchuc, produjese el mismo efecto. Sólo cito esta circunstancia porque creo probable que el individuo de que se trata intente uno de estos días alguna ascensión con el nuevo gas y la materia de que hablo, y porque no quiero robarle la gloria de un invento muy original.
En el espacio que debía ocupar cada una de las barricas practiqué secretamente un agujero, de modo que todos formaron un círculo de veinticinco pies de diametro, en cuyo centro, que era el sitio destinado al barril más grande, abri un hoyo profundo. En cada uno de los cinco agujeros deposité una caja de hoja de lata que contenía cincuenta libras de pólvora de cañón, y en el hoyo un barril que encerraba ciento cincuenta.
Entre este barril y las cinco cajas formé unos regueros de pólvora, y después de introducir en una la extremidad de una mecha de cuatro pies, llené el hoyo y coloqué el barril encima, dejando que sobresaliera un poco de éste la otra punta de aquella, aunque casi imperceptiblemente.
Además de los articulos enumerados, transporté á mi depósito general y oculté allí uno de los aparatos perfeccionados de Grimm para la condensación del aire atmosférico, aunque reconocí que esta máquina necesitaba singulares modificaciones para llenar el objeto á que yo la destinaba. Sin embargo, gracias á un continuo trabajo y á una incesante perseverancia, obtuve excelentes resultados en todos mis preparativos, y el globo quedó terminado muy pronto. Podía contener más de cuarenta mil pies cúbicos de gas, y elevarme fácilmente con todos mis aparatos, y ciento setenta y cinco libras de lastre, según calculé, si gobernaba bien. Habiale aplicado tres capas de barniz, y observé que la batista haría muy bien las veces de la