había leído, ó de inducirme á poner en cuarentena las nociones vagas y confusas que surgieran naturalmente de mi lectura, convirtiéronse en aguijón más poderoso para mi espíritu, y fuí lo bastante vano, o tal vez razonable, para preguntarme si las ideas descabelladas que surgen desordenadamente de los espíritus no pueden contener á menudo toda la fuerza, toda la realidad y las demás propiedades inherentes al instinto y á la intuición.
Era ya tarde cuando llegué á casa, y al punto me acosté, pero estaba tan preocupado que no pude dormir, y pasé toda la noche sumido en profundas meditaciones. Por la mañana, á primera hora, corri á la tiendecilla del librero y gasté el poco dinero que me quedaba para comprar algunos volúmenes de mecánica y de astronomia prácticas. Los llevé á mi casa como un tesoro, y comencé á leerlos con detención, aprovechando cuantas horas me quedaban libres. Así pude adelantar lo bastante en mis nuevos estudios para poner en ejecución cierto proyecto, inspirado por el diablo ó por algún genio protector.
Durante aquel tiempo hice los esfuerzos posibles para contentar á los tres acreedores que tanto me martirizaban, y por último lo conseguí, vendiendo una buena parte de mi mobiliario para satisfacer hasta cierto punto sus reclamaciones, y ofreciendo saldar la diferencia apenas realizase un plan que había concebido, para el cual reclamaba sus servicios. Gracias á estos medios, pues mis acreedores eran muy ignorantes, no me costó mucho inducirlos á secundar mis miras.
Arregladas asi las cosas, con el auxilio de mi esposa, y adoptando las mayores precauciones para guardar el secreto, dispuse de lo poco que me quedaba, y pedi á préstamo una regular cantidad, sin cuidarme, con vergüenza lo confieso, de los medios de reembolsar la suma.