humo de su querida pipa, la cual sujetaba entre tanto con toda su fuerza, como lo hará siempre, si Dios lo permite, hasta el último día de su vida.
Sin embargo, el globo se elevaba como una golondrina, y cerniéndose sobre la ciudad, desapareció tranquilamente detrás de una nube semejante á aquella de que habia salido de un modo tan singular, perdiéndose de vista para los buenos ciudadanos de Rotterdam, atónitos ante aquel espectáculo.
Toda la atención se fijó entonces en la carta, cuya transmisión, con los accidentes que la siguieron, habían estado á punto de ser tan fatales á la persona y á la dignidad de su Excelencia Von Underduk. Este funcionario, sin embargo, no se olvidó, durante sus movimientos giratorios, de poner en seguridad el objeto importante, la carta, que según el sobre, había caído en manos legítimas, puesto que iba dirigida a su Excelencia, primeramente, y al profesor Rudabub, en su calidad respectiva de presidente y vice—presidente del colegio astronómico de Rotterdam. En su consecuencia, estos dignatarios la abrieron al punto y hallaron la siguiente comunicación, muy extraordinaria, y á la verdad en extremo grave: A sus Excelencias Von Underduk y á Rudabub, presidente y vice—presidente del colegio nacional astronómico de la ciudad de Rotterdam.
Vuestras Excelencias se acordarán sin duda de un humilde artesano, componedor de fuelles, que desapareció de Rotterdam hará unos cinco años, con otros tres individuos y de una manera que debió considerarse inexplicable: yo soy el mismo Hans Pfaall, si vuestras Excelencias no lo llevan á mal, y el mismo que firma esta comunicación. Es notorio entre la mayor parte de mis conciudadanos que he ocupado por espacio de cuatro años la casita de ladrillo situada en la callejuela conocida con el nombre de Sauerkraut, donde aún