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Edgardo Poe

la practicara habitualmente como medio de aumentar mi renta, ya enorme, á expensas de aquellos de mis compañeros cuyo espiritu era más débil. Sin embargo, así fué; y la enormidad misma de este ataque contra todos los sentimientos de la dignidad y del honor era evidentemente la principal, si no la única razón de mi impunidad. ¿Cuál de mis compañeros más depravados no habría contradicho al más acreditado testigo antes que suponer semejante conducta en el alegre, el franco y el generoso Guillermo Wilson, el más noble y desprendido compañero de Oxford, aquel cuyas locuras, según decían sus parásitos, eran propias de un joven de imaginación desenfrenada, cuyos errores no pasaban de ser inimitables caprichos, y sus vicios más negros una indiferente y soberbia extravagancia?

Ya había pasado dos años divirtiéndome así, cuando llegó a la Universidad un joven recientemente ennoblecido, un tal Glendinning, más rico que Herodes Atico, según la voz pública, y que lo era sin que le hubiera costado el menor trabajo. Muy pronto reconoci que estaba dotado de escasa inteligencia, y naturalmente le consideré como una segura víctima de mi habilidad; invitéle á jugar, y con la astucia propia de un tahur dejéle ganar al principio sumas considerables para cogerle mejor en mis redes. Una vez madurado mi plan, y con la intención bien decidida de ponerlo por obra de una vez, fuí á buscar á Glendinning á casa de uno de nuestros compañeros, llamado Preston, igualmente relacionado con nosotros dos; pero que, debo hacerle esta justicia, no tenía la menor sospecha de mi designio. Para dar á todo esto mejor colorido, tuve cuidado de invitar á ocho ó diez personas, y me arreglé de modo que la introducción de las cartas pareciese del todo accidental y no se efectuara sino á instancias de mi futura víctima. En fin, para abreviar en este asunto tan soez, no descuidé ninguna de esas