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XVIII
Edgardo Poe

otros escritores, con una Revista para sí; quiso estar en su casa, y el hecho es que había sufrido lo bastante para desear ardientemente aquel refugio definitivo para su pensamiento. A fin de conseguir este resultado y obtener la suma necesaria, apeló á las lecturas. Ya se sabe que éstas se reducen á una especie de especulación, y que el autor no publica ninguna hasta después de haber recibido la suma que puede producir. Poe habia dado ya en Nueva—York una lectura de Eureka, su poema cosmogónico, que por cierto suscitó acaloradas discusiones; y esta vez imaginó dar otra en su país, en Virginia. Según escribió á Willis, proponiase dar una vuelta por el Oeste y el Sur, y esperaba el concurso de sus amigos literarios, así como de sus antiguos conocidos de colegio y de West—Point. Visitó, pues, las principales ciudades de Virginia, y Richmond volvió á recibir al que había conocido tan joven, tan pobre y misero; todos aquellos que no habían visto al poeta desde el tiempo de su oscuridad, acudieron en tropel para contemplar á su ilustre compatriota. Presentose elegante y correcto como el genio; y hasta creo que desde aquella época había llevado su condescendencia hasta el punto de solicitar su admisión en una sociedad de templanza. Después de elegir un tema tan extenso como elevado, el Principio de la Poesia, le desarrolló con esa lucidez que era uno de sus privilegios; pensaba, como verdadero poeta, que el objeto de la poesía es de la misma naturaleza que su principio, y que sólo debe ocuparse de si propia.

La cordial acogida que se le hizo inundó su pobre corazón de orgullo y alegría; estaba tan satisfecho, que habló de establecerse definitivamente en Richmond y acabar su vida en los lugares que le eran queridos por los recuerdos de la infancia. Sin embargo, debia evacuar algunas diligencias en Nueva—York y marchó el 4 de Octubre, aquejado, según dijo, de es-