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Edgardo Poe

Aunque pudiese hacerlo, no quisiera consignar hoy en estas páginas el recuerdo de mis últimos años de miseria y de irremisible crimen, porque ese período reciente de mi vida se caracterizó repentinamente por un grado de entorpecimiento, del que sólo quiero determinar el origen: este es por ahora mi único objeto.

Los hombres se envilecen generalmente por grados; pero de mi se desprendió toda virtud en un minuto, de un solo golpe, como una capa. Siendo mi perversidad relativamente común, un paso de gigante me condujo á enormidades más que heliogabálicas. Per—de mitidme referir en detalle qué casualidad, qué accidente único atrajo sobre mí esta maldición. La Muerte se aproxima, y la sombra que la precede ha infiltrado en mi corazón una influencia que le dulcifica; suspiro al pasar á través del sombrio valle en pos de la simpatía—iba á decir de la piedad—de mis semejantes. Quisiera persuadirles de que he sido en cierto modo esclavo de circunstancias que no ceden á ningún dominio humano; quisiera que descubriesen para mí, en los detalles que voy á referirles, algún pequeño oasis de fatalidad en un Sahara de errores; desearía que me concediesen, pues no pueden rehusármelo, que aunque en este mundo haya muchas grandes tentaciones, jamás ningún hombre fué tentado como yo, ni sucumbió como yo. ¿Será esta la causa de que no haya conocido nunca iguales padecimientos? A decir verdad ¿no habré vivido yo en un sueño? ¿No muero, por ventura, víctima del horror y del misterio y de las más extrañas visiones sublunares?

Soy descendiente de una raza que en todo tiempo se distinguió por su viva imaginación fácilmente excitable; y mi primera infancia demostró que había heredado del todo el carácter de familia. Cuando avancé en edad, este carácter se pronunció más marcadamente, y por mil razones llegó a ser motivo de seria ingula