considerar como imaginarios, adquirió al fin contornos muy bien marcados, llegando á ser la imagen de un objeto que no puedo nombrar sin estremecerme.
Esto era lo que me hacía mirar al gato con horror y disgusto, y lo que me hubiera impulsado á librarme de él si me hubiese atrevido, porque esa mancha era la imagen de una cosa hedionda, siniestra, la imagen de una HORCA. ¡Oh, lúgubre y terrible máquina, máquina de Horror y de Crimen, de Agonía y de Muerte!
Y desde aquel instante consideréme más misero que cuanto pudiera serlo toda la Humanidad, y ya no conoci la beatitud del reposo ni de día ni de noche. Durante el dia, el animal no me dejaba solo un momento, y por la noche, cuando despertaba de mis sueños, agitados por indefinible angustia, sentía á cada momento en mi rostro el hálito tibio del gato, y su enorme peso; era la encarnación de una pesadilla que en mi impotencia no podía sacudir, que estaba eternamente incrustada en mi corazón.
Bajo la presión de semejantes tormentos, lo poco bueno que aún quedaba en mí desapareció; todos mis pensamientos fueron malos; los más sombríos y peores que puede haber. La tristeza de mi carácter habitual degeneró en odio á todas las cosas y á toda la humanidad; y mi esposa, que no se quejaba nunca, ¡ay de mi! sufría las consecuencias de mi martirio, y era la más paciente victima de las frecuentes é indomables erupciones de la ciega furia que desde entonces me domino.
Cierto día acompañóme con motivo de cierta ocupación doméstica al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba á vivir; el gato me siguió bajando en pos de mi por la empinada escalera, y como tropezara con él, faltóme poco para caer en tierra. Esto me exasperó hasta la locura, levanté el hacha que llevaba en la mano, y olvidando en mi cólera