mensos toneles de ginebra ó de rom que constituian el principal mobiliario de la sala; y como hacía algunos minutos que miraba en aquella dirección, sorprendióme no haber echado de ver antes el citado objeto. Acerquéme y le toqué con la mano; era un gato negro, muy grande, al menos tanto como Plutón, y se le parecia mucho, excepto en una cosa.
El difunto no tenía un solo pelo blanco en todo el cuerpo, mientras que éste presentaba una mancha blanca, aunque de forma indecisa, que cubría casi toda la región del pecho.
Apenas le hube tocado, púsose en pie al punto, produciendo esa especie de ronquido particular que en los gatos indica la satisfacción; se restregó contra mi mano, y pareció muy contento con mis caricias. Aquel era el animal que yo buscaba, y por lo tanto ofreci al dueño comprarsele; pero el hombre me dijo que no era suyo ni le había visto nunca antes.
Seguí acariciandole, y cuando me disponía á volver á casa, el animal pareció inclinado á seguirme; le permití que me acompañara, y de vez en cuando deteníame para hacerle una caricia. Cuando llegamos á casa entró como si fuese la suya, y al punto se encariñó con mi señora.
En cuanto á mi, muy pronto experimenté una marcada antipatia contra el animal, es decir, lo contrario de lo que yo esperaba; yo no sé cómo ni por qué fué asi, pero la evidente ternura del gato me disgustaba, produciéndome casi fatiga. Poco á poco este sentimiento de disgusto y enojo rayó en la amargura del odio; alejábame siempre del animal, pero una especie de vergüenza y el recuerdo de mi primer acto de crueldad retrajéronme de maltratarle.
Durante algunas semanas abstúveme de pegar al gato ó de cometer una violencia; pero gradual é insensiblemente llegué á mirarle con indecible horror, y