aquel tabique habíase reunido una multitud considerable, y varias personas parecían examinar cierta parte con minuciosa y viva atención. Las palabras: ¡qué extraño, qué singular!» y otras semejantes, excitaron mi curiosidad; acerquéme, y ví, semejante á un bajo relieve esculpido en la blanca superficie, la figura de un gato gigantesco: la imagen estaba representada con una exactitud verdaderamente maravillosa, y el animal tenía una cuerda al rededor del cuello.
Al pronto, ante aquella aparición, pues apenas podía considerarla como otra cosa, mi asombro y mi terror fueron extremados; pero la reflexión vino al fin en mi auxilio. Recordé haber ahorcado el gato en un jardín contiguo á la casa, jardín que fué invadido por la multitud al oirse los gritos de alarma; alguno debió desatar el animal del árbol, para arrojarle á mi habitación por una ventana abierta, sin duda con el objeto de despertarme; las otras paredes comprimieron, al caer, la victima de mi crueldad en la sustancia del yeso recientemente aplicado; y la cal de aquel tabique, combinada con las llamas y el amoniaco del cadáver, debió producir la imagen tal como la veía.
Aunque tranquilizase así ligeramente mi espíritu, ya que no del todo mi conciencia, en cuanto al hecho sorprendente que acabo de exponer, no por eso dejó de producir en mi ánimo una impresión profunda. Durante algunos meses no pude desechar el fantasma del gato, y agitábase en mi alma algo que parecia ser un remordimiento, pero que no lo era. Llegué á deplorar la pérdida del animal, y á buscar á mi alrededor, en las despreciables tabernas que acostumbraba á frecuentar, otro favorito de la misma especie que se pareciera al difunto.
Cierta noche, hallándome sentado y medio aturdido en una inmunda tasca, llamóme la atención de pronto un objeto negro, el cual reposaba en uno de los in-