definirse mejor, en un círculo de más de una milla de diámetro; en su borde veíase una ancha faja de espuma luminosa, sin que una sola partícula se deslizase en la boca del terrible embudo, cuyo interior, por lo que se podia ver, presentaba un muro líquido y brillante, de color negro, que formaba con el horizonte un ángulo de 45 grados. Giraba sobre si mismo bajo la acción de un movimiento vertiginoso, y producía un estruendo terrorífico, que participaba á la vez de grito y de mugido, pero de tal naturaleza, que ni aun en la catarata del Niagara se oyó nunca cosa semejante cuando está agitada por las más violentas convulsiones.
—Eso dije al fin al anciano—no puede ser otra cosa sino el gran torbellino del Maelstrom.
—Algunas veces se llama así—repuso mi interlocutor—pero nosotros los noruegos le damos el nombre de Moskoe—Strom, de la isla de Moskoe, que está situada á medio camino.
Las descripciones comunes de este torbellino no me habian preparado de ningún modo para lo que veia: la de Jonás Ramus, que es tal vez la más detallada, no da la menor idea de la magnificencia y el horror del cuadro, ni tampoco de la extraña y agradable sensación de novedad que confunde al espectador. No sé precisamente desde qué punto de vista ni á qué hora le vió el escritor citado; pero no sería seguramente ni desde la cima de Helseggen ni durante una tempestad.
Sin embargo, se pueden citar algunos párrafos de su descripción por los detalles, aunque sean insuficientes para dar idea del espectáculo.
«Entre Lofoden y Moskoe, dice, la profundidad del agua es de 36 á 40 brazas; mas por el lado de Ver (quiere decir Vurrgh) esta profundidad disminuye hasta el punto de que un barco no podría buscar paso alguno sin exponerse al peligro de quedar destrozado sobre las rocas, lo cual puede suceder en el tiempo