podría explicar. ¿Oye usted alguna cosa? ¿Nota usted algún cambio en el agua?
Nos hallábamos hacia diez minutos en lo más alto del Helseggen, á donde habíamos subido, saliendo del interior de Lofoden; de modo que no habíamos podido ver el mar hasta que se nos apareció de pronto desde la cima más alta. Mientras que el anciano hablaba, parecióme oir un rumor muy fuerte que iba en aumento, como el mugido de un inmenso rebaño de búfalos en una pradera de América; y en el mismo instante observé que lo que los marinos llaman «aspecto cabrilloso» del mar se convertía con singular rapidez en una corriente, cuya dirección se marcaba hacia el Este; mientras yo la miraba, su velocidad se acrecentó de una manera prodigiosa, aumentando por momentos su impetu desordenado. A los cinco minutos, toda la extensión del mar hasta Vurrgh fué azotada con irresistible furia; pero donde se producia el estrépito con mayor fuerza era en el espacio comprendido entre Moskoe y la costa. El vasto lecho de las aguas, surcado allí y agitado por mil corrientes contrarias, parecía ser presa de frenéticas convulsiones; semejante á un hervidero, las aguas silbaban, arremolinábanse y producían gigantescos é innumerables torbellinos que giraban con vertiginosa rapidez, precipitándose hacia el Este con una violencia que sólo se observa en las cataratas.
A los pocos minutos prodújose en la escena un cambio completo; la superficie general comenzó á ser más uniforme, y los torbellinos desaparecieron uno a uno, apareciendo enormes fajas de espuma allí donde no se veían antes ni señales de ella. Estas fajas se extendieron al fin á gran distancia, y combinandose entre si tomaron el movimiento giratorio de los torbellinos calmados, pareciendo formar el germen de un vértice más vasto. De repente, este último pareció aislarse y