mi espíritu, y resolví castigarle tranquilamente, á mi modo, haciendo un poco de comedia. He aquí por qué balanceaba el escarabajo y quise dejarle caer desde lo alto del árbol. La observación que usted me hizo sobre su peso singular me sugirió esta idea.
—Sí, ya comprendo; y ahora sólo queda un punto por explicar. ¿Qué diremos de los esqueletos hallados en el agujero?
—¡Ah! esta es una cuestión que no podría resolver mejor que usted; sólo veo una manera plausible de explicarla, y mi hipótesis implica una atrocidad tal, que es horrible creer en semejante hecho. Claro está que Kidd—pues yo no dudo que él fué quien escondió el tesoro—debió buscar auxiliares que le ayudaran en su trabajo; pero terminado éste, juzgaría oportuno suprimir á los que poseían su secreto. Dos golpes de azadón, descargados cuando sus ayudantes se hallaban aún en la fosa, fueron tal vez suficientes para ello, ó quizás necesitara una docena. ¿Quién nos lo diría?