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XII
Edgardo Poe

sabio, como luminosa columna á través del desierto de la historia.—¿Qué hubiera pensado, qué hubiera escrito el infeliz si hubiese oido á la teóloga del sentimiento suprimir el infierno por amistad al género humano; al filósofo de las cifras proponer un sistema de seguros, una suscripción á dos cuartos por cabeza para la supresión de la guerra, la abolición de la pena de muerte y de la ortografia, esas dos locuras correlativas, y tantas otras de los que escriben con el oido tendido al viento, fantasías giratorias tan lisonjeras como el elémento que las dicta? Si se agrega a esta visión impecable de lo cierto—verdadero achaque en algunas circunstancias—una exquisita delicadeza de sentido que se resentia por la menor nota en falso, una finura de gusto que se rebelaba contra todo cuanto no estuviera en exacta proporción, y un insaciable amor á lo bello, que había adquirido la fuerza de una pasión morbosa, nadie extrañará que la vida hubiera llegado á ser un infierno para semejante hombre, y que acabara tan mal; mas bien podría causar admiración que hubiese durado tan largo tiempo.

II

La familia de Poe era una de las más respetables de Baltimore; su abuelo materno había servido como general en la guerra de la Independencia, durante la cual se conquistó el aprecio y estimación de Lafayette. Cuando éste hizo su último viaje á los Estados Unidos, quiso ver a la viuda del general para manifestarle su agradecimiento por los favores recibidos de su esposo. El bisabuelo había casado con una hija del almirante inglés Mac Bride, emparentado con las más nobles