tampoco se hallaba alli ninguna otra persona que lo hiciese. No se había creado, pues, por la acción humana, y sin embargo la calavera estaba alli.
Llegado á este punto de mis reflexiones, esforcéme para recordar, y recordé con toda exactitud los incidentes ocurridos en el intervalo en cuestión. La temperatura era fria (¡feliz casualidad!) y en la chimenea ardía un buen fuego; yo tenía bastante calor, gracias al ejercicio, y me senté junto a la mesa, mientras que usted acercó su silla á la chimenea. En el momento de entregarle el pergamino, y cuando usted iba á examinarle, mi perro Wolf entró y se le echó encima, como de costumbre; usted le acariciaba con la mano izquierda, procurando apartarle, y dejaba pendiente la derecha, la que tenía el pergamino, entre sus rodillas y el fuego. Por un momento crei que la llama le alcanzaría, é iba á decirle á usted que tuviese cuidado, pero retiró el brazo antes de que yo pudiera hablar y dió usted principio á su examen. Cuando hube tomado en consideración todas estas circunstancias, no dudé un momento que el calor fuera el agente que había hecho aparecer en el pergamino la calavera cuya imagen veía. Ya sabe usted que hay, y hubo en todo tiempo, preparados quimicos por medio de los cuales se pueden trazar en el papel ó en la vitela caracteres que no son visibles sino cuando se someten á la acción del fuego. Algunas veces empléase el zafre desleido en agua regia primero, y después en una cantidad de agua común cuatro veces mayor, de lo cual resulta un tinte verde; el régulo de cobalto, disuelto en espíritu de nitro, da un color rojo, y tanto éste como aquél desvanecense durante más ó menos tiempo después de haberse enfriado la sustancia con que se escribió; pero reaparecen á voluntad por la nueva aplicación del calor.
Entonces examiné la calavera con el mayor cuidado: