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Edgardo Poe

so. Entonces emprendimos la marcha con el cofre, y llegamos á la cabaña sin accidente, pero rendidos de cansancio; era la una de la madrugada, y como estábamos desfallecidos, se descansó hasta las dos; cenamos y nos dirigimos de nuevo á las montañas, provistos de tres grandes sacos, que por fortuna Legrand conservaba en su vivienda. Un poco antes de las cuatro estábamos ya junto al foso, nos repartimos con toda la igualdad posible el resto del botín, y sin tomarnos la molestia de llenar el hoyo, emprendimos la vuelta: al rayar la aurora depositábamos por segunda vez la preciosa carga, quedando terminadas asi nuestras operaciones.

Estábamos quebrantados; pero la profunda excitación nos impidió descansar: después de un sueño inquieto de tres ó cuatro horas nos levantamos los tres, como de común acuerdo, para proceder al examen de nuestro tesoro.

El cofre estaba lleno hasta los bordes, y pasamos todo el día y la mayor parte de la noche sólo para inventariar su contenido. No se notaba orden alguno en la colocación; sin duda se había echado todoalli confusamente; pero después de hacer una clasificación minuciosa, nos encontramos con una fortuna que excedía por mucho de nuestras esperanzas.

Contábanse en especies más de 450,000 duros, calculando el valor de las piezas al tipo más bajo según las tarifas de la época; no había ninguna partícula de plata; todo era oro antiguo, monedas francesas, españolas y alemanas, algunas guineas inglesas y varias medallas en nada parecidas á las que habíamos visto hasta entonces. Encontramos además varias monedas muy grandes y pesadas, pero tan desgastadas ya, que no nos fué posible descifrar las inscripciones: no se halló ninguna americana. En cuanto á la apreciación de las alhajas, fué cosa más difícil: contamos hasta