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Edgardo Poe

que á los demás, porque escribía en un estilo demasiado superior al del vulgo. ¡Qué olor de almacén! como diría José Maistre.

Algunos se han atrevido á más, y uniendo la inteligencia pesada de su genio con la ferocidad de la hipocresía de la clase media, le han insultado á porfía, escarneciendo aquel cadáver después de su repentina desaparición, particularmente Rufo Griswold, el cual, usando aquí la expresión vengadora de Jorge Graham, cometió entonces una infamia mortal. Poe, presintiendo tal vez su siniestra y súbita muerte, había designado á los señores Griswold y Willis para que ordenaran sus obras, escribiesen su vida y sincerasen su memoria; mas el primero, pedagogo vampiro, difamó extensamente á su amigo en un enorme artículo, lleno de rencor, el cual puso en primer lugar en la edición póstuma de sus obras.—No hay en América bando alguno que prohiba á los perros la entrada en los cementerios? —En cuanto al señor Willis, demostró, por el contrario, que la benevolencia y la dignidad se asocian con el verdadero talento, y que la caridad hacia nuestros colegas, que es un deber moral, lo es también de buen sentido.

Hablad de Poe con algún americano: reconocerá tal vez su genio, y acaso se muestre también orgulloso; pero con un tono sarcástico y de superioridad, que trasciende á positivismo, hablará del desenfreno del poeta, de su aliento alcoholizado, que hubiera ardido al contacto de la llama de una bujía, y de sus costumbres vagabundas, y añadirá que era un sér errático y heteroclita, un planeta sin órbita, que giraba sin cesar desde Baltimore á Nueva York, desde aquí á Filadelfia, desde Filadelfia á Boston, y desde Boston á Baltimore ó á Richmond. Y si conmovido por aquel preludio de una historia desconsoladora, dais á entender que el hombre no era tal vez el único culpable, y que