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Edgardo Poe

instante en que Júpiter se esforzaba para sujetarle el hocico con un cordel, opuso una furiosa resistencia, y saltando al hoyo, comenzó á escarbar la tierra con una especie de frenesi. Á los pocos segundos dejó descubierto un montón de osamentas humanas, que formaban dos esqueletos enteros, y mezclados con varios botones de metal, unos fragmentos que nos parecieron de lana podrida, y deshilachada. Dos ó tres golpes de azadón hicieron saltar la hoja de un puñal de grandes dimensiones; seguimos cavando, y muy pronto vimos tres ó cuatro monedas de oro y plata.

Júpiter no pudo contener su alegria; pero las facciones de su amo expresaban la más viva contrariedad. Sin embargo, suplicónos que persistiéramos en nuestros esfuerzos, y apenas acababa de hablar, tropecé y caí de bruces; la punta de mi bota se habia enredado en un anillo de hierro, en parte oculto por la tierra.

Entonces proseguimos nuestro trabajo con el mayor ardimiento; jamás había pasado yo diez minutos poseído de tan viva exaltación; y durante este intervalo desenterramos del todo un cofre de madera de forma oblonga, que á juzgar por lo bien conservado que estaba y por su admirable dureza, debía haberse sometido á un procedimiento de mineralización, tal vez con el bicloruro de mercurio. Aquel cofre media tres y medio pies de longitud, por tres de ancho y dos y medio de profundidad, y estaba sólidamente protegido por placas de hierro forjado que formaban como una red. A cada lado del cofre, cerca de la tapa, veianse tres argollas de hierro, por medio de las cuales hubieran podido llevarle seis personas. Todos nuestros esfuerzos reunidos no bastaron para arrancarle de su lecho, y al punto reconocimos la imposibilidad de cargar con tan enorme peso. Afortunadamente, la tapa no estaba sujeta mas que por dos cerrojos, los cuales