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El escarabajo de oro

lleve si no estoy convencido de ello; pero todo esto viene del escarabajo.

Viendo que no podía sacar nada en claro de Júpiter, cuyo pensamiento parecía absorto por el insecto, salté á la embarcación y desplegué la vela. Una fuerte brisa nos impelió bien pronto hacia la pequeña ensenada que se halla al norte del fuerte Moutrie, y después de recorrer unas dos millas llegamos á la cabaña. Eran las tres de la tarde, poco más ó menos, y Legrand nos esperaba con viva impaciencia; estrechóme la mano con cierta agitación nerviosa que me alarmó, y esto fué suficiente para que me confirmara en mis nacientes sospechas. Estaba pálido como un espectro, y en sus ojos, naturalmente muy hundidos, noté un brillo extraordinario. Después de informarme acerca de su salud, preguntéle, no hallando otra cosa mejor que decir, si el teniente G... le habia devuelto al fin su escarabajo.

—¡Sí, sí!—replicó sonrojándose;—le recogí á la mañana siguiente, pues por nada del mundo me separaría del insecto. ¿Sabe usted que Júpiter tiene razón?

—¿De qué?—pregunté con un triste presentimiento en el corazón.

—Suponiendo que es un escarabajo de verdadero oro.

Legrand dijo esto con una seriedad que me afligió mucho.

—Ese escarabajo—continuó mi amigo con sonrisa de triunfo, está destinado á ser el origen de mi fortuna, y á reintegrarme de mis posesiones de familia. ¿Se ha de extrañar, pues, que le estime en tan alto precio?

Puesto que la Fortuna ha tenido á bien concedérmele, debo utilizarle convenientemente, y llegaré hasta el oro de que es indicio. Júpiter, tráemele.

—¿Qué? ¿El escarabajo? Mejor quiero no tener nada que ver con él; ya sabrá usted cogerle con su propia mano.