reintegrarme de mis bienes de familia. ¿Es, pues, pasmoso que yo lo estime en tan alto precio? Pues que la Fortuna ha tenido á bien concedérmelo, yo no tengo más que usar de él convenientemente y yo llegaré hasta el oro de que él es un indicio. Júpiter, tráemelo.
—¿Qué, el escarabajo, señor? Quisiera no tener nada que ver con el escarabajo; vos sabeis bien cogerle.
Entonces Legrand se levantó con aire grave é imponente y fué á buscarme el insecto bajo una campana de cristal donde estaba colocado. Era un escarabajo soberbio, desconocido en esta época entre los naturalistas, y que debia tener gran precio bajo el punto de vista científico. Tenía en una de las estremidades del dorso dos manchas negras y redondas, y en la otra una mancha de forma dilatada. Los élytros eran escesivamente duros y relucientes y realmente tenian el aspecto de oro bruñido. El insecto era notablemente pesado, y considerado bien, no podia reirme de la opinion de Júpiter; pero que Legrand conviniese con él en este asunto, hé aquí lo que me era imposible comprender y aun cuando se hubiere tratado de mi vida no hubiera encontrado la clave del enigma.
—Os he enviado á buscar, dijo con un tono magnífico, cuando hube concluido de examinar el insecto, os he enviado á buscar á fin de pediros consejo y ayuda para cumplir los designios del destino y del escarabajo.