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EDGAR POE.

frio. Cuando hubo acabado su dibujo, me lo dió sin levantarse. Al par que yo lo recibí de su mano, se oyó un fuerte gruñido, seguido de un continuo rascar en la puerta. Júpiter abrió, y un enorme terranova, que pertenecia á Legrand, se precipitó en la habitacion, saltó sobre mis espaldas y me colmó de caricias, porque yo me habia ocupado mucho de él en mis visitas precedentes. Cuando terminó sus saltos, miré el papel, y á decir verdad me sorprendió bastante el dibujo de mi amigo.

—Sí, dije, despues de haberle contemplado algunos minutos, este es un estraño escarabajo, le confieso; es nuevo para mí, no he visto nunca nada semejante, á menos que esto no sea un cráneo ó una calavera, á lo que se parece más que de ninguna otra cosa que se me haya dado á examinar.

—¡Una calavera! repitió Legrand. Ah! sí, hay algo de eso en el papel, ya comprendo. Las dos manchas negras superiores hacen de ojos y la más larga que está más baja figura la boca ¿no es eso? Además, la forma general es oval.

—Puede ser, dije, pero me temo, Legrand, que no seais muy artista. Yo espero á ver al animal, para formar una idea de su fisonomía.

—Muy bien; yo no sé como ha sucedido esto, dijo un poco picado en su amor propio: yo dibujo bastante bien, ó al menos deberia hacerlo, por que he tenido buenos maestros, y me lisonjeo de no ser del todo un bruto.