abrir la linterna cuándo mi pulgar resbaló sobre el cierre de hoja de lata, y el viejo se incorporó en la cama gritando: ¿Quién anda ahí? Quedóme absolutamente inmóvil y sin decir una palabra. Durante una hora entera no movi ni un músculo, y en todo este tiempo no oí que se volviera á acostar. Permanecía incorporado y alerta, lo mismo que yo había hecho noches enteras escuchando las arañas en la pared.
Mas hé aquí que oí un débil gemido y conocí que era producido por un terror mortal: no era un gemido de dolor ó de disgusto, ¡oh no! era el ruido sordo y ahogado de un alma sobrecogida de espanto. Yo conocía bien este ruido: bastantes noches, á media noche en punto, mientras que el mundo entero dormía, se había escapado de mi propio seno, aumentando con su terrible eco los terrores que me asaltaban. Digo, pues, que conocía bien aquel ruido. Yo sabía lo que el viejo estaba pasando, y tenía piedad de él, aunque mi corazon estaba alegre. Sabía que estaba despierto desde que, al oir el primer ruido, se había aumentado por momentos: había querido convencerse de que su terror no tenia causa; pero no habia podido. Habíase dicho á sí mismo: ¡esto no es mas que el viento que suena en la chimenea, ó un ratón que corre por el entarimado! Si, había querido recobrar el valor con semejantes hipótesis; pero en vano; en vano, porque la muerte que se acercaba