noches, á media noche exactamente; pero como siempre encontrase el ojo cerrado, no pude realizar mi propósito; porque no era el viejo mi eterna pesadilla, sino su maldito ojo. Cada mañana, apenas amanecía entraba yo resueltamente en su cuarto y le hablaba con desparpajo, llamándole cordialmente por su nombre, é informándome de cómo había pasado la noche. Muy listo había de ser el viejo para sospechar que cada noche, á media noche, le espiaba yo durante su sueño.
La octava noche, redoblé las precauciones para abrir la puerta. El horario de un relój se mueve con más velocidad que en aquel momento se movía mi mano. Hasta aquella noche no había yo meditado todo el alcance de mis facultades y de mi sagacidad. Apenas podía contener la sensacion que me causaba el triunfo. ¡Pensar que yo estaba allí, abriendo poco á poco la puerta, y que él no soñaba siquiera ni mis intentos! Esta idea me arrancó una ligera sonrisa que él oyó sin duda; porque se revolvió súbitamente en la cama como si despertase. Creereis quizá que me retiré, pues no. La habitacion estaba tan negra como la pez, segun que eran espesas las tinieblas, porque las ventanas estaban cuidadosamente cerradas por miedo á los ladrones. Así, pues, en la inteligencia de que él no podría ver la abertura de la puerta continué abriéndola más y más.
Ya había metido la cabeza, y principiaba á