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HISTORIAS ESTRAORDINARIAS

vez que aquel ojo se fijaba en mí la sangré se me helaba; así fué que lentamente y por grados, se me puso en la cabeza matar á aquel viejo, para de este modo librarme de aquel ojo para siempre.

Hé aquí, pues, la dificultad. Me creeis loco, pues bien; los locos no saben nada de nada: ¡pero si me hubiérais visto! ¡Si hubiérais visto con qué sagacidad me conduje! ¡Con qué precaucion, con qué prevision y disimulo acometí mi empresa! Nunca estuve tan amable con el viejo como durante la semana que precedió al asesinato. Y cada noche, hácia la media noche, descorría el pestillo de su puerta y abría, ¡oh! tan suavemente! Y cuando había entreabierto lo suficiente para que cupiese mi cabeza, introducía una linterna sorda, bien cerrada, sin dejar que asomase un solo rayo de luz; después metía la cabeza ¡cómo os hubiérais reido de ver cuán diestramente metía la cabeza! Movíala lentamente, muy lentamente, para no turbar el sueño del viejo. Una hora empleaba, cuando menos, en introducir la cabeza por la abertura, hasta ver al viejo acostado en su cama. ¿Un loco habría sido, por ventura, tan prudente? Y cuando habia metido toda la cabeza, abría ya la linterna con precaucion, ¡oh! ¡Con qué precaucion, con qué precaucion, porque rechinaba el gozne! Abría lo preciso no más para que un rayo imperceptible de luz cayese sobre el ojo de buitre. Repetí la operacion durante siete interminables