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IV.

El corazon revelador.

¡Credme! Yo soy muy nervioso, espantosamente nervioso, siempre lo he sido. Mas ¿por qué os empeñáis en que estoy loco? La enfermedad ha dado mayor perspicacia á mis sentidos: no los ha destruido ni embotado. Entre todos se distingue, sin embargo, el oido como superior en firmeza: yo he oido todas las cosas del cielo y de la tierra y no pocas del infierno. ¿Cómo, pues, he de estar loco? Atencion! Y contemplad con cuánta calma y cordura puedo contaros toda mi historia.

No es posible esplicar como me pasó por las mientes la idea por primera vez; pero ya que me pasó, no cesó de perseguirme noche y dia. Verdaderamente no había en ella objeto ni pasion de mi parte. Yo quería al pobre viejo: él no me había hecho mal ninguno: jamás me había insultado: yo no codiciaba su oro... ¡Ah! ¡Sí, esto es! Uno de sus ojos parecía de buitre: era un ojo azul apagado y con una catarata. Cada