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EDGAR POE.

sorvia en su interés todas mis facultades, asi morales como fisicas.

El sol irradió en un cénit despejado, despues de una noche lluviosa, y llegado que hubimos á la arteria principal, en que estaba sito el café, de donde salí á la zaga del diabólico viejo, pude advertir que la calle presentaba un aspecto de actividad y contínuo movimiento, análogo al que ofreció en las primeras horas de la noche precedente; siendo aquel, segun mis observaciones, el flujo matutino del reflujo nocturno, en el cuadro de mareas humanas del mar insondable y turbulento del vecindario de Lóndres.

Allí, en medio de una confusion creciente por momentos, persistí con empeño obstinado en la persecucion del incógnito; pero este personaje sombrio y fatal iba, venía, pasaba y repasaba por aquella extensa calle, pareciendo entregado como frágil arista á los remolinos de una tromba, girando sobre sí misma con aterradora rapidez. Ya se aproximaban las sombras de la noche, y síntiéndome quebrantado por aquel tráfago, que resentía con intolerables dolores la médula de mis huesos, me detuve frente al hombre errante con aire de interpelacion insolente, mirándole ceñudo, y decidido á formular dos agresivas preguntas:

¿Quién eres y qué haces?

Pero aquel sér infatigable y fantástico me evitó con un giro raudo, como el arranque del vuelo del halcon, y le ví alejarse entre la multi-