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HISTORIAS ESTRAORDINARIAS

En este peregrino paseo empleamos una hora, mucho menos molestados por los transeuntes que lo fuéramos al entrar en la plaza; porque la lluvia crecía, areciaba el viento, y el temporal retiraba la gente al amor de los hogares. Haciendo un gesto de impaciencia, el hombre errante pasó á una calle obscura y comparativamente desierta, y la recorrió en toda su longitud con una agilidad que jamás habria sospechado en un sér tan caduco; pero una agilidad que me cansó extraordinariamente, en mi empeño de seguirlo de cerca. En pocos minutos desembocamos en un vasto y concurridísimo bazar. El desconocido parecía estar al corriente de todas las localidades, y allí tomó su marcha primitiva, abriéndose paso sin especie alguna de prisa ni de atropello, y sin provocar la atencion de los que vendian y compraban en el espacioso establecimiento.

Cerca de hora y media pasamos en aquel recinto; teniendo que redoblar mis precauciones á fin de que no advirtiese el viejo la insistencia valerosa de mi curiosidad que me confundía materialmente con la sombra de su endeble cuerpo. Yo llevaba chanclos de caoutchouc, que me permitian ir y volver sin producir ruido que denunciara mis pasos. Mi hombre entraba sucesivamente por todas las tiendas, sin pedir nada, y sin preguntar por nadie: fijando en las personas y en los efectos una mirada fija, incoherente y sin destello. Su conducta me extrañaba sobre-