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HISTORIAS ESTRAORDINARIAS

Estaba bien entrada la noche, y una niebla espesa y húmeda envolvia la capital en su denso manto, resolviéndose en una lluvia pesada y contínua.

Este cambio de tiempo produjo un efecto raro en la multitud, que ajitada por un movimiento oscilatorio, buscó abrigo en la infinidad de paraguas, levantados sobre las cabezas, como burbujas sobre la superficie de las aguas removidas. La ondulacion, los codeos y los murmullos, se hicieron más de notar en aquel precipitado tumulto de los transeuntes. Yo no me afecté por la lluvia, porque tenía aun en la sangre una efervescencia febril y la humedad me producia un voluptuoso fresco. Anudé un pañuelo en torno de mi boca para evitar el resfriado y continué mi camino detras del hombre que espíaba.

En el espacio de media hora, el viejo, que yo seguia con pertinacia, se franqueó el paso con alguna dificultad, hasta cruzar la grande arteria, y yo procuraba adherirme á su ruta, recelando perder su pista en aquel bullicio. Como no volvía la cabeza, cuidándose únicamente de adelantar, no pudo apercibirse de mi táctica, y continué mis pesquisas con creciente ardor, retenido no obstante por la prudencia. Pronto se deslizó por una calle transversal, que aun llena de gente presurosa, no estaba tan incómoda para el tránsito como la principal que abandonaba, cansado de luchar contra multiplicados óbices. Aquí se verificó un cambio evidente en mi hombre;