en fin, de aquel singular personaje.
—Qué particular historia (dije entre mí) es la trazada en ese lívido y cadavérico semblante!» Y entonces me asaltó la tentacion irresistible de no perder de vista á aquel hombre, con el vehemente afan de inquirir quién era y lo que hacia. Me puse precipitadamente mi paletot de abrigo, me calé el sombrero hasta las cejas, y empuñando mi grueso baston, me lancé á la calle; engolfándome atrevidamente en el piélago de la multitud en busca de mi hombre, y en la direccion que le habia visto tomar, porque él habia desaparecido. Con alguna dificultad conseguí encontrar sus huellas; le alcancé por fortuna, y me consagré á seguirle, si bien con ciertas precauciones, procurando que no se apercibiera de mi propósito.
Podia al fin estudiar á mi gusto su persona. Era de pequeña estatura, delgado y débil en apariencia. Sus vestidos estaban súcios y desgarrados; pero al pasar por el foco lumínico de los reverberos me apercibí que su camisa, manchada y rota, era fina y de hechura escelente; y si no me engañaron mis fascinados ojos, entre los pliegues de su capa, al embozarse una vez, entreví los resplandores sucesivos de un diamante en el índice y un puñal en la diestra. Estas observaciones exaltaron mi curiosidad y determiné seguir al desconocido por donde quiera que llevara sus inciertos y mal seguros pasos.