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EDGAR POE.

pudiera librarme de él un solo instante. No es cosa rara tener fatigados los oidos, ó más bien atormentada la memoria por una especie de tintin, ó ya por el estribillo de una cancion vulgar ó ya en fin por un trozo insignificante de ópera; no siendo menor el tormento porque la cancion ó el trozo de ópera sean buenos. Así me acontecia con aquel pensamiento; de modo que sin cesar me sorprendía á mí mismo pensando maquinalmente en mi seguridad y repitiendo por lo bajo estas palabras: estoy salvo.

Paseando un dia por la calle, caí en que iba murmurando, no ya como de costumbre, sino en alta voz las consabidas palabras; mas por no sé qué mezcla de petulancia daba al concepto esta nueva forma: estoy salvo, , estoy salvo; — porque no soy tan tonto que vaya á delatarme á mí mismo.

No bien había pronunciado estas palabras cuando sentí que un frio glacial penetraba en mi corazon. Yo conocía por esperiencia estos arrebatos de perversidad (cuya singular naturaleza he esplicado con harto trabajo) y recordaba muy bien, que jamás había podido resistirme á sus victoriosos ataques. Entonces una sugestion fortuita, nacida de mí mismo, esto es, el pensar que yo podria ser bastante necio para descubrir mi delito, se me presentó delante como si fuera la sombra del asesinado, y me llamara á la muerte.

Hice al momento un esfuerzo para sacudir