mo, nos arrojamos á él, somos perdidos.
Si examinamos estos actos y otros análogos encontraremos siempre que su sola causa es el espíritu de perversidad, y que los perpetramos únicamente porque conocemos que no debiéramos perpetrarlos.
— Ni en unos ni en otros hay principio inteligible; de modo que, sin peligro de equivocarnos, podemos considerar esta perversidad como instigacion directa del Archidemonio, á no ser evidente que algunas veces sirve para realizar el bien.
He sido tan prolijo en cuanto llevo dicho por satisfacer de algun modo vuestra curiosidad y vuestras dudas, — por esplicaros por que estoy aqui; — y porque sepais á qué debo las cadenas que arrastro y la celda de recluso en que habito. A no haber sido tan minucioso, o no me entenderiais, ó me tendríais como á otros muchos por loco; mas despues de haber oido las anteriores razones comprendereis fácilmente que soy una de las innumerables víctimas del demonio de la Perversidad.
No es posible ejecutar un acto con deliberacion más perfecta. Durante semanas y meses enteros no hice más que meditar sobre la manera más segura de cometer un asesinato. Deseché mil proyectos porque la realizacion de todos ellos debia dejar algun cabo pendiente por donde el crimen se descubriese algun dia. Por fin, leyendo unas memorias francesas acerté á encon-