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EDGAR POE.

Es preciso, es necesario que la obligacion se cumpla hoy mismo, — y sin embargo la dejamos para mañana; — ¿y por qué? No hay más esplicacion sino por que conocemos que esto es perverso; — sirvámonos de la palabra sin comprender el principio. Llega mañana y crece nuestro afan de cumplir con el deber; pero al mismo tiempo que el afan se aumenta, nace un deseo ardiente, sin nombre, de dilatar el cumplimiento de la obligacion, — deseo verdaderamente terrible, porque su naturaleza es impenetrable. A medida que el tiempo huye es más y más fuerte el deseo. No nos queda más que una hora, esta hora es nuestra. Nos hace estremecer la violencia de la lucha que en nosotros pasa, — del combate entre lo positivo y lo indefinido, entre la sustancia y la sombra. Pero si la lucha llega hasta este estremo, es porque la sombra nos obliga á ello; nosotros nos resistimos en vano. El reloj suena, su sonido es el doble mortuorio de nuestra felicidad; y para la sombra que nos ha aterrado tanto tiempo es el canto matutino, la diana del gallo victorioso de los fantasmas. La sombra huye, — desaparece, — somos libres. Nuestra antigua energía renace. Ahora trabajaríamos, pero ¡ay! ya es tarde.

Nos asomamos á un precipicio, — miramos el abismo, — sentimos malestar y vértigos. Nuestra primer intencion es de retroceder y alejarnos del peligro; pero sin saber por qué permanecemos inmóviles. Poco á poco el mal estar, el vér-