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EDGAR POE.

robustos caían demoledores sobre la pared que vino á tierra de ün golpe.

El cuerpo, ya muy destrozado y cubierto de sangre cuajada, estaba derecho ante los ojos de los espectadores.

Sobre su cabeza, con las rojas fauces dilatadas y el ojo único despidiendo fuego, estaba colocada la abominable béstia cuya astucia me habia inducido al asesinato y cuya voz acusadora me habia entregado al verdugo.

Yo había emparedado al monstruo en la tumba mi infortunada víctima.