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HISTORIAS ESTRAORDINARIAS

á la cual me abandonaba ciegamente.

Un dia me acompañó, para un quehacer doméstico, al sótano del viejo edificio donde nuestra pobreza nos obligaba á habitar. El gato me seguía, por los rígidos escalones de la escalera y habiéndome tirado de cabeza, me exasperó hasta la demencia. Levantando el hacha y olvidando en mi furor el temor pueril que hasta entonces había retenido mi mano, dirijí al animal un golpe que hubiera sido mortal si le hubiese alcanzado, como deseaba; pero el golpe fué detenido por la mano de mi muger. Esta intervencion me produjo una rábia más que diabólica: desembarace mi brazo del obstáculo y le hundí mi hacha en el cráneo.

Cayó al instante muerta, sin exhalar un gemido.

Terminado este horrrible asesinato, me puse inmediata y muy deliberadamente á tratar de esconder el cuerpo.

Comprendí que no podia hacerle desaparecer de la casa, ni de dia ni de noche, sin correr el peligro de ser observado por los vecinos. Muchos proyectos se cruzaron en mi mente.

Pensé un momento en dividir el cadáver en pequeños pedazos y destruirlos por el fuego. Resolví después cavar una fosa en el suelo de la bóveda. Luego imaginé arrojarlo al pozo del patio: mas tarde meterlo en un cajon, como mercancía, en las formas usadas y encargar á un mandadero lo llevase fuera de la casa.