mas, siniestras y enrojecidas por un fuego espantoso y sin fin. Acababa de escapar de una buena; porque si el globo permanece un minuto más en la nube, es decir, si la incomodidad que sentí no engendra mi resolucion de arrojar lastre, mi destruccion hubiese sido probablemen· te la consecuencia inmediata; y aunque peligros semejantes apenas se tienen en cuenta ordinariamente son sin embargo los mayores que pueden correrse en un globo. La altura á que el mio llegó entretanto, era ya suficiente para quitarme cualquier temor de que el hecho se repitiese.
Seguía subiendo con mucha rapidez, y el barómetro me indicaba estar á una altura de nueve millas y media. Empecé á tener mucha dificultad para respirar; la cabeza me hacia sufrir tambien mucho, y como sintiese hacía un rato humedad en las megillas, descubrí que era sangre que me salía de los tímpanos por las orejas: los ojos tambien me producian no poca inquietud, pues al pasar por ellos la mano sentí que los tenia muy abultados y como propendiendo á salir de sus órbitas, presentándoseme todos los objetos contenidos en la barquilla y el globo mismo, bajo formas monstruosas y falsas. Estos síntomas escedian á los que yo esperaba, y me alarmaron algo. En tal situacion cometí sin refiexion la imprudencia de arrojar fuera de la barquilla tres pedazos de lastre de cinco libras cada uno, y esto aceleró tanto la velocidad de as-