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EDGAR POE.

solamente los abandoné, sino que los maltrataba.

En cuanto á Pluton, todavía tenía para él una consideración suficiente que me impedía pegarle, mientras que no me daba escrúpulos de maltratar á los conejos, al mono y aun al perro, cuando por acaso ó por cariño se encontraban en mi camino. Mi mal me invadía cada vez más, porque el mal es comparable al alcohol, y con el tiempo Pluton mismo, que mientras tanto envejecía y que naturalmente se iba haciendo un poco desapacible, Pluton mismo empezó á conocer los efectos de mi carácter malvado.

Una noche, como yo entrase en casa muy ébrio, saliendo de una de mis habituales tabernas del barrio, imaginé que el gato evitaba mi vista. Lo agarré, mas él espantado de mi violencia, me hizo en una mano con sus dientes una herida muy leve. Mi alma original pareció que abandonaba mi cuerpo, y una rábia superdiabólica, saturada de gin, penetró en cada fibra de mi sér. Saqué del bolsillo del chaleco un cortapluma, lo abrí, agarré al pobre animal por la garganta y deliberadamente le hice saltar un ojo de su órbita.

Me avergüenzo, me abraso, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad.

Cuando mi razon volvió con la mañana, cuando se hubieron disipado los vapores de mi crápula nocturna, esperimenté una sensacion mitad horror, mitad remordimiento, por el crí-