sinato, siendo Han Pfaall y sus compañeros probablemente las víctimas. Pero volvamos de nuevo á nuestra historia.
El globo (que en verdad no era otra cosa), bajó hasta encontrarse á cien piés del suelo, permitiendo á la muchedumbre contemplar al indivíduo que lo ocupaba, que por cierto era un personage bastante raro. Su estatura no escederia de dos piés, pero sin embargo de tal exigüidad, pudiera sobrado bien haber perdido el equilibrio cayendo desde su barquilla, sin la intervencion de una especie de pasamano ó balaustrada puesta en el borde circular, que llegándole á la altura del pecho, estaba unida y sugeta á las cuerdas del globo, El hombrecillo tenia un cuerpo tan voluminoso, que sobrepujaba en estrañeza de proporciones á la más atrevida caricatura, dando al conjunto de su persona una esfericidad, por no decir rotundidez, singularmente absurda. Naturalmente era imposible verle los piés, pero las manos eran monstruosamente gruesas; los cabellos entrecanos, atados en la nuca á manera de coleta; la nariz, verdadero prodigio en longitud, corva y amoratada; los ojos cargados, vivos y penetrantes; la barba y las mejillas, no obstante las arrugas de que se hallaban surcadas por la vejez, eran anchas y carnosas, pero en los lados de la cabeza no habia señal siquiera de orejas. Su traje consistia en un paletot ó saco de paño azul celeste, calzon ajustado por la rodilla con hevillas de plata, un cha-