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EDGAR POE.

rior, ó como si dijéramos de la base del cono, una fila ú orla de instrumentuelos á manera de cencerrillos de ganado, que repiqueteaban continuamente la música de Betti Martin.

Aun no era esto lo peor del caso y lo terrible del asunto: colgaba con cintas azules, meciéndose al estremo del fantástico aparato y á modo de barquilla, un sombrero colosal de castor gris americano, con alas superlativamente anchas, copa semi-esférica, cinta negra y hebilla de plata. Cosa estraña; más de un ciudadano de Rotterdam hubiese jurado conocer ya aquel sombrero, que la reunion entera miraba, por decirlo así, como se mira á un objeto con el que nuestra vista se halla familiarizada; mientras la señora Grettel Pfaall prorumpia al contemplarlo en una esclamacion de alegría y sorpresa, asegurando positivamente que aquel era el sombrero de su mismo marido. Conviene sepan nuestros lectores una circunstancia muy importante, á saber, que Pfaall, con otros tres compañeros, desapareció de Rotterdam haria cinco años, de una manera súbita é inesplicable, sin que hasta el momento en que comienza este relato, fuera dable esplicar satisfactoriamente aquella desaparicion. En cierto parage muy retirado al Este de la ciudad, se habian descubierto recientemente huesos humanos, mezclados con un monton de escombros estraños, todo lo cual dió lugar á la hipótesis hecha por várias personas, de que en aquel sitio debió perpetrarse algun horrible ase-