hallado una esposa en su arte; ella, jóven, de rarísima belleza, y no menos amable que llena de gracia, nada más que luz y sonrisas, y la alegría de un cervatillo; y queriéndolo todo; no odiando más que el arte que era su rival; no temiendo más que á la paleta y los pinceles, y demás instrumentos importunos que la privaban del rostro de su adorado. Fué una cosa temible para esta dama oir al pintor hablar del deseo de copiar aún á su jóven esposa. Más era humilde y obediente, y sentóse con dulzura durante largas semanas en la sombría y alta habitación de la torre, donde la luz filtraba sobre el pálido lienzo solamente por el cielo raso.
Más el pintor cifraba su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de dia en dia.
Y era un hombre apasionado, estraño, pensativo y que se perdía en ensueños; tanto que no queria ver que la luz que casi tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su muger que se consumía visiblemente para todos, escepto para él.
No obstante, ella sonreía más y más, porque veia que el pintor (que tenia un gran renombre) recibia un vivo y abrasador placer en su tarea, y trabajaba de noche y dia para copiar á la que tanto amaba, pero que se ponía de dia en dia más consumida y débil. Y en verdad, aquellos que contemplaban el retrato, hablaban en voz baja de su parecido, como de un poder maravi-