XI.
El retrato oval.
El castillo, en el cual mi criado habia pensado entrarme á la fuerza, más bien que dejarme, deplorablemente herido como estaba, pasar una noche al aire libre, era uno de estos edificios, mezcla de grandeza y de melancolía que desde remotos tiempos han levantado sus soberbias frentes en mitad de los Apeninos tan grandes en la realidad como en la imaginacion de Mistress Radcliffe. Según toda apariencia habia sido y muy recientemente, abandonado.
Nos instalamos en uno de los salones más pequeños y menos suntuosamente amueblados. Estaba situado en una torre separada del edificio. Su decorado era rico, pero antiguo y destrozado. Los muros estaban cubiertos de tapicerías y adornados de numerosos trofeos heráldicos de toda, forma, así como de un número verdaderamente prodigioso de pinturas modernas, ricas de estilo, encerradas en sendos marcos de oro, de un gusto arabesco.