nientos ó seiscientos años. Vuelve á la vida con la esperiencia de su época, encuentra su grande obra, invariablemente convertida, en una especie de acta de noticias acumuladas al acaso, es decir, en una especie de palenque literario, abierto á las conjeturas contradictorias, á los enigmas y á las sarracinas personales de todos los bandos de exasperados comentadores. Estas conjeturas, estos enigmas, que llevan el nombre de anotaciones ó correcciones, han embrollado, torturado y revuelto el testo, de tal modo que el autor tiene que huronear cada una de las hojas con una linterna para poder hallar su propio libro. Pero ya encontrado, el pobre libro jamás vale los sinsabores que el autor ha padecido para recuperarle. Despues de haberle vuelto á escribir de cabo á rabo, aun falta al historiador una necesidad que satisfacer, un deber imperioso que cumplir: este es correjir, con arreglo á su ciencia y esperiencia propia, las tradiciones actuales y las de la época en que vivió. Así, pues, este procedimiento de recomposicion y rectificacion, personalmente ejecutado, proseguido de un tiempo á otro por diferentes sábios, evitaría que nuestra historia degenerase en una pura fábula.
— Usted perdone — dijo entonces el doctor Ponnenner, posando dulcemente una mano sobre un brazo del Egipcio — dispénseme usted, caballero, ¿puedo permitirme interrumpir á usted por un momento?