frotándome los ojos, metíame mi muger por los mismos una carta de mi antiguo amigo el Doctor Ponnonner que decia así: «Venid á buscarme á despecho de todo, mi querido amigo, en, el momento mismo en que esta recibais. Venid á participar de nuestra alegria. Al fin, gracias á mi terca diplomacia, he arrancado á los directores del Museo de la ciudad el permiso de examinar mi momia: ya sabeis de cual os hablo. Tengo permiso de desenvolverla y si lo creo necesario hasta de abrirla. Algunos amigos presenciarán la operacion. Sois uno de ellos, por de contado. La momia está en mi casa, y comenzaremos á desfajarla á las once de la noche.»
Antes de llegar al «Ponnonner» quise convencerme de que estaba todo lo despierto que un hombre puede desear. Salté de la cama, loco de alegría y atropellando cuanto hube á las manos, Vestime con una presteza verdaderamente milagrosa y con toda la celeridad de que soy capaz, me dirigí á casa del Doctor.
Allí encontré reunida una sociedad animadísima. Me habian esperado con la mayor impaciencia: la momia estaba tendida sobre la mesa del comedor, y en el momento que entré, comenzó el exámen.
Era esta momia una de las dos que trajo, no ha mucho, el capitan Arturo Sobretahs, primo de Ponnonner. Habíala sacado de una tumba cerca de Eleuthias en las montañas de la Libia á gran distancia de Thébas, sobre el Nilo. En