pasion en Nápoles, en Egipto quien ponia en tortura mi concupiscencia, que en este sér, mi gran enemigo, mi genio malo, no reconociese yo al William Wilson de mis años de colegio, el homónimo, el camarada, el rival, el rival execrado y temido de la casa Bransty. ¡Imposible! Pero dejadme llegar á la temible escena final del drama.
Hasta entonces me habia sometido cobardemente á su imperiosa dominacion. El sentimiento de profundo respeto, con que me habia acostumbrado á considerar el carácter elevado, la prudencia majestuosa, la omnipresencia y la omnipotencia aparentes de Wilson, unido á no sé qué sensacion de terror que me inspiraban otros determinados rasgos de su naturaleza y determinados privilegios, habian hecho nacer en mí la idea de mi completa flaqueza y de mi impotencia, y me habian aconsejado una sumision sin reserva, aunque llena de amargura y repugnancia á su arbitraria dictadura. Más desde estos últimos tiempos, me habia entregado completamente al vino, y su influencia exasperante sobre mi temperamento hereditario me hizo odiar más y más toda vigilancia. Comencé á murmurar, á vacilar, á resistir. ¿Fué simplemente mi imaginacion quien me indujo á creer que la obstinacion de mi verdugo disminuiria en razón de mi propia firmeza? Es posible, más en todo caso, comencé á sentir la inspiracion de una ardiente esperanza, y acabé por alimentar