afectado menos que el silencio despreciador y la calma sarcástica con que fué acogido este descubrimiento.
— Señor Wilson, dijo nuestro huésped, bajándose para recoger bajo sus piés una capa magnífica forrada de una tela preciosa; señor Wilson, esto es vuestro. (El tiempo estaba frió y al abandonar mi habitacion habia echado por encima de mi trage de mañana un capote que me quitó al llegar al teatro del juego.) Presumo, añadió mirando los pliegues del vestido con amarga sonrisa, que es bien inútil buscar aquí nuevas pruebas de vuestra habilidad. Verdaderamente tenemos bastantes. Espero que comprendereis la necesidad de alejarse de Oxford ó en todo caso salir al instante de mi casa.
Deshonrado, humillado así hasta el cieno, es probable que hubiera castigado este lenguage insultante por una inmediata violencia personal, si toda mi atencion no hubiese estado concentrada en este momento en un suceso de la más sorprendente naturaleza.
El capote que yo habia llevado tenia un forro precioso, de una rareza y de un precio estravagante, es inútil decirlo. El corte era un corte de fantasía, de mi invencion; porque en estas materias frívolas era dificultoso, y llevaba los caprichos del dandysmo hasta el absurdo.
Así pues, cuando Mr. Preston me dio lo que habia tirado en el suelo, cerca de la puerta de la sala, con un asombro cercano del terror aper-