pechar una conducta semejante en el alegre, en el franco, en el generoso Wilson, el más noble y liberal compañero de Oxford, de aquel de cuyas locuras decían sus parásitos, no eran más que estravios de una juventud y una imaginacion sin freno, cuyos errores no eran más que inimitables caprichos, los más negros vicios, una indiferente y soberbia estravagancia?
Ya habia pasado dos años en esta alegre vida, cuando llegó á la universidad un jóven de reciente nobleza, llamado Glendinning, rico, decía la voz pública, como Herodes Aticus, y á quien su riqueza no le habia costado trabajo alguno. Descubrí juntamente que era de débil inteligencia, y naturalmente lo marqué como una excelente víctima de mis talentos. Le instaba frecuentemente á jugar, y me aplicaba, con la habitual astucia del jugador, á dejarle ganar sumas considerables para enredarlo más eficazmente en mis redes. En fin, estando mi plan bien madurado, me avisté con él, con la intencion bien combinada de dar término á aquella empresa, en casa de uno de nuestros camaradas, M. Preston, igualmente amigo de los dos, pero á quien debo hacerle esta justicia, no tenia la menor sospecha de mi designio. Para dar á todo esto un escelente color, habia tenido el cuidado de convidar á ocho ó diez personas, y habia procurado particularmente que el juego pareciese un suceso accidental, y no diese lugar más que á la proposicion del fráude que tenia en mien-