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HISTORIAS ESTRAORDINARIAS

ner un costoso tren y entregarme á mis caprichos, al lujo ya tan deseado por mi corazon, llegué prontamente á rivalizar en prodigalidades con los más soberbios herederos de los más ricos condados de la Gran-Bretaña.

Fomentado el vicio por semejantes medios, mi naturaleza estalló con doble ardor, y en la loca embriaguez de mis crápulas, pisoteé las vulgares trabas de la decencia. Mas sería absurdo detenerme en los detalles de mis estravagancias. Bastará decir que sobrepujé á Herodes en disipaciones, y que dando nombre á multitud de locuras desconocidas, añadí un copioso apéndice al largo catálogo de vicios que reinaban por entónces en la universidad más disoluta de Europa.

Parecerá difícil creer que estuviese tan olvidado de mi rango de caballero, que buscase familiarizarme con los artificios más villanos del jugador de oficio, y que llegara á ser un adepto de esta ciencia miserable, y que la practicase habitualmente como medio de acrecentar mi fortuna, enorme ya, á expensas de aquellos de mis camaradas cuyo carácter era más débil.

Y sin embargo tal sucedía. Y la enormidad misma de este atentado contra todos los sentimientos de dignidad y de honor era evidentemente la principal, si no la sola razón, de mi impunidad. Porque ¿quién de mis más depravados camaradas, no hubiera despreciado el más claro testimonio de sus sentidos, antes que sos-