llevar una conversacion estrañamente indecente, cuando mi atencion fue repentinamente distraida por una puerta que se entreabrió rápidamente y por la voz precipitada de un criado. Me dijo que una persona que manifestaba muchos deseos, deseaba hablarme en el vestíbulo.
Singularmente escitado por el vino, esta inesperada interrupcion me causó más placer que sorpresa.
Me levanté tambaleándome, y en algunos pasos estuve en el vestíbulo de la casa. En esta sala baja y estrecha no habia lámpara alguna y no recibía otra luz que la del alba, sucesivamente débil, que entraba á través de la cimbrada ventana. Al poner el pié en el dintel, distinguí la persona de un jóven, de mi estatura poco más ó menos, vestido con una bata de casimir, cortada á última moda, como la que yo llevaba en aquel momento. Débil claridad me permitió ver todo esto; pero las facciones de su cara no pude distinguirlas.
Apenas hube entrado se precipitó hácia mí, y cogiéndome por el brazo con un gesto imperativo de impaciencia, me cuchicheó al oido estas palabras: William Wilson!
En un momento se desvanecieron los vapores del vino.
Habia en el acento del estrangero, en el temblor nervioso de su dedo que tenia levantado entre mis ojos y la luz, alguna cosa que me llenó de un completo asombro; mas no era esto pre-