Yo siempre estaba lleno de aversion con mi desgraciado nombre de familia, tan sin elegancia, y contra mi pronombre, tan trivial sino del todo plebeyo. Estas sílabas eran un veneno para mis oidos; y cuando, el mismo dia de mi entrada, un segundo Willian Wilson se presentó en el colegio, quiero denominarle de esta manera, me disgustaba doblemente del nombre porque un estraño lo llevaba, un estraño que sería causa que lo oyese pronunciar con doblada frecuencia, que constantemente estaría en presencia mía, y cuyos asuntos, en el curso ordinario de las cosas del colegio, estarian frecuente é invitablemente, por razón de esta coincidencia detestable, confundidos con los mios.
El sentimiento de irritacion nacida de este accidente vino á ser más vivo á cada circunstancia que tendía á poner de manifiesto toda la semejanza moral ó física entre mi rival y yo. No había descubierto aun esta notabilísima paridad en nuestra edad; pero veia que éramos de la misma estatura, y notaba que aun había una siugular semejanza en nuestra fisonomía general y en nuestras acciones.
Me desesperaba igualmente la voz que corría sobre nuestro parentesco y que generalmente hallaba eco en las clases superiores. En una palabra, nada podía irritarme más sériamente (aunque ocultaba con el mayor cuidado toda muestra de esta irritacion) que una alusion cualquiera á nuestra semejanza, relativa al espíritu,