esta es una coincidencia bastante notable, porque ese dia es precisamente el de mi nacimiento.
Estraño puede parecer que en despecho de la continua ansiedad que me causaba la rivalidad de Wilson y su insoportable espíritu de contradiccion, no fuese arrastrado á odiarle mortalmente. Teníamos, seguramente, casi todos los dias una disputa, en la cual, concediéndome públicamente la palma de la victoria, se esforzaba en algún modo en hacerme sentir que era él quien la habia merecido; sin embargo, un sentimiento de orgullo de mi parte, y de la suya una verdadera dignidad, siempre nos mantenía en los términos de estricta conveniencia, al par que él tenía puntos bastante numerosos de conformidad en nuestros caracteres para despertar en mí un sentimiento que nuestra respectiva situacion tal vez impedía que llegase á madurar en amistad.
En verdad, me es difícil definir ó aun describir mis verdaderos sentimientos acerca de él; formaban una amalgama abigarrada y hetereogénea, una petulante animosidad que no habia llegado aun al ódio, estimacion mucho más que respeto, gran temor y una inmensa é inquieta curiosidad. Es supérfluo añadir para el moralista, que Wilson y yo éramos los más inseparables camaradas.
Fué sin duda la anomalía y la ambigüedad de nuestras relaciones quien vació todos mis